Columna de Opinión: «Cuando la fe se desentiende del prójimo: palabras peligrosas en tiempos que claman dignidad»

En una homilía pronunciada en Alba de Tormes, el obispo emérito Juan Antonio Reig Pla afirmó que las discapacidades —físicas, intelectuales o psíquicas— son «herencia del pecado y del desorden de la naturaleza». Las palabras no son un error menor, ni un exabrupto aislado: son la expresión de una teología anclada en un pasado que no admite más demora en su revisión.

Comienza la XVII Semana de la familia con la intervención del obispo juan antonio reig pla de Alcalá de Henares y el obispo de cordoba demetrio fernandez.

La sociedad del siglo XXI, lejos de haber alcanzado su madurez ética, se tambalea cada vez que una figura pública —y más aún si lo es desde un púlpito— invoca ideas que alimentan el estigma y perpetúan la discriminación. El nuevo paradigma de salud mental, consolidado por la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y promovido por organismos internacionales, se funda en principios de inclusión, autonomía y respeto por la diversidad. Afirmar que la discapacidad es una “consecuencia del pecado” no solo atenta contra esos principios: los pisotea.

Lo verdaderamente alarmante no es la ignorancia, sino la autoridad desde la cual se la proclama. Porque Reig Pla no habla desde una sobremesa familiar, sino desde el altar. Y lo hace con la investidura de quien debería amparar a los más vulnerables. La historia nos ha enseñado, con crudeza, que cuando las religiones abandonan su vocación de consuelo para abrazar el juicio, el dolor se multiplica.

Las declaraciones del obispo no son simplemente retrógradas; son peligrosas. En un contexto donde aún cuesta derribar los muros del estigma, donde muchos luchan por habitar el mundo sin vergüenza, discursos como el suyo alimentan el rechazo social, el auto-odio y la exclusión. No son palabras al viento: son piedras lanzadas al corazón de quienes esperan ser comprendidos.

El Ministerio de Derechos Sociales ha actuado con rapidez, denunciando las expresiones ante la Fiscalía, en defensa de la igualdad y la no discriminación. Pero el daño simbólico ya está hecho. ¿Cuántos niños habrán sentido, tras escuchar a Reig Pla, que su existencia es una falla moral? ¿Cuántos padres habrán dudado de su fe, enfrentados al dilema entre amar a sus hijos tal como son o creer que nacieron “por culpa del pecado”?

No se trata de censurar creencias, sino de exigir que la palabra sagrada no se utilice para deshumanizar. Las iglesias, si quieren tener vigencia en este tiempo, deben aprender a leer el sufrimiento con los ojos del presente. El cristianismo que abraza no juzga, y el Evangelio que consuela no culpa.

Las discapacidades no son un castigo, ni una falta, ni un error. Son parte de la trama profunda de la vida, donde la diferencia no resta valor, sino que enriquece. Decir lo contrario no es solo teológicamente arcaico: es éticamente inaceptable.

Porque si algo queda claro, en este momento de la historia, es que el verdadero desorden no habita en los cuerpos que se desvían de la norma, sino en las conciencias que han olvidado lo más elemental: que no hay doctrina más alta que la compasión.

Y si de pecado se trata, que cada cual cargue con el suyo. Pero nunca más en nombre de Dios se le adjudique al otro lo que solo el prejuicio ha creado.

Por: Matías Leandro Rodríguez – Abogado –