Por Matías Leandro Rodríguez – Abogado
Por esas frases que suenan contundentes, que parecen abanderar la sensatez mientras niegan el dolor de fondo, la senadora Carmen Álvarez Rivero afirmó que “la Ley de Salud Mental no sirve”. Lo dijo como quien barre la mesa de un manotazo. Como si el dolor, la historia y las luchas que hay detrás de esa ley fueran papeles arrugados que se pueden desechar sin más.
Pero hablemos claro: la ley 26.657 no nació de “una parte de la sociedad” caprichosa, como ella sugiere, sino de una necesidad urgente de devolver humanidad a un sistema que durante décadas confinó, excluyó y violó derechos. La senadora habla de “profesionales sin herramientas para actuar”, pero olvida decir que muchos de esos profesionales hoy se forman con una mirada integral, comunitaria y respetuosa de la dignidad. La psiquiatría no fue “ignorada”: fue interpelada. Porque ya no alcanza con diagnosticar; hay que escuchar. Porque ya no alcanza con medicar; hay que acompañar.
¿Quiénes son los que, según ella, quedaron “afuera”? ¿Las familias desesperadas, o los viejos esquemas que pretendían resolver lo humano con encierro? ¿Los pacientes, o los modelos que los convirtieron en eternos internados sin voz ni voto?
Decir que “esta ley no sirve para la realidad de las familias, los pacientes, las instituciones” es, en el fondo, una forma de negar la revolución silenciosa de quienes empezaron a preguntar qué mundo estamos construyendo cuando tratamos la locura como peste. Es desoír a los usuarios que, por primera vez, son sujetos de derecho. Es no mirar a los ojos a quienes vivieron décadas internados sin siquiera saber por qué.
Hay familias que sufren, sí. Hay instituciones que aún no se transforman. Pero no es la ley el problema: es su implementación tibia, su falta de presupuesto, la cobardía política de no apostar en serio por otro paradigma. Y ahí, senadora, su responsabilidad no es menor.
La ley 26.657 no es perfecta. Pero es un faro. Apagarlo porque cuesta llegar a puerto es condenar a muchos a navegar a ciegas. Y los que navegamos, los que estamos del lado de los que duelen, sabemos que no se abandona el timón cuando más oscurece.
No se trata de “carga ideológica”, se trata de humanidad.
Y quizás lo que más molesta de esta ley no es que tenga ideología, sino que tenga memoria. Porque recuerda lo que otros quieren olvidar: que hubo manicomios llenos de cuerpos sin nombre, que hubo médicos con la llave del encierro, que hubo familias silenciadas por vergüenza.
La ley no deja afuera. Lo que deja afuera es el miedo a cambiar. La ley, como la esperanza, camina lento. Pero camina.
Y su paso, aunque moleste, es hacia adelante.
