Columna: El costo humano del ajuste: cuerpos fuera del presupuesto.

Por Matías Leandro Rodríguez – Comunicador, Abogado

En el centro de la escena pública se habla de inflación, de déficit, de balances. Se festejan curvas descendentes y se multiplican las placas rojas que celebran un índice. Pero detrás de cada punto porcentual, hay una ausencia que no se cuenta: la del cuerpo que no llega, la terapia que se interrumpe, la familia que implosiona.

Las personas en situación de discapacidad – y sobre todo quienes las cuidan – están siendo empujadas al límite. No por una tormenta inesperada, sino por decisiones conscientes. La demora en los pagos a prestadores, la discontinuidad en servicios esenciales, la falta de respuestas claras y humanas por parte de los organismos competentes, no son “externalidades del sistema”. Son heridas. Son omisiones que duelen como actos.

Y no, no se trata de un color político. La crueldad no necesita bandera para ser reconocida. Lo que importa es lo que se hace – y lo que se deja de hacer – cuando alguien necesita más del otro. Esa es la medida real de un Estado.

Lo que está en juego no es sólo el acceso a prestaciones o a una pensión. Es el derecho a una vida vivible. A ser reconocidos como sujetos plenos, más allá de la productividad, de la norma, del ideal de cuerpo eficiente que tanto se impone desde los discursos públicos y económicos.

En lugar de escuchar, se responde con frialdad. En vez de corregir, se elige exponer. Un niño alza la voz y desde las altas esferas se lo señala con el dedo, como si el coraje de hablar fuese una amenaza. ¿De qué nos defendemos cuando despreciamos al que sólo pide vivir con dignidad?

No se trata de no tocar el gasto. Se trata de saber dónde se pone la tijera. Un país que elige ajustar sobre quienes más necesitan no está corrigiendo un desorden: está renunciando a su alma.

Porque cuando se prioriza el superávit antes que el sufrimiento, cuando se mide la justicia en función de la rentabilidad, algo más hondo se rompe. Algo que no se ve en los informes técnicos, pero que grita en las salas de espera, en las escuelas sin acompañantes, en las casas donde el tiempo se mide por la angustia.

Y entonces no es economía. Es abandono planificado. Es crueldad con firma digital. Es mirar para otro lado cuando el otro tiembla.

Un Estado que abandona a quienes no pueden defenderse solos no es austero: es cobarde. Y un país que se acostumbra a eso, empieza a morir por dentro.

Porque hay algo peor que la pobreza, y es la indiferencia con presupuesto. Porque hay algo más obsceno que el déficit: el desprecio de quienes ya cargan bastante. Y porque cuando se cierran las cuentas a costa de cuerpos abiertos, lo que se ajusta no es el gasto: es la conciencia.