Por Matías Leandro Rodríguez – Abogado, Comunicador
Hay decisiones que no solo son equivocadas: son heridas abiertas.
Cerrar la residencia de pediatría en el Hospital Garrahan no es solo clausurar una formación médica. Es clausurar un futuro, una esperanza, un derecho.
¿Qué implica desfinanciar la pediatría en el hospital emblema de la salud pública infantil? Implica quitarle voz a quienes todavía no saben hablar, pero tienen hambre. Implica quitarle cuidado a quienes todavía no saben defenderse, pero tienen fiebre. Implica relegar a la infancia como si fuese un gasto, cuando es —ni más ni menos— la patria en su estado más puro.
En medio de un ajuste que parece no tener fin, el Gobierno Nacional decide avanzar sobre lo indecible: las y los niños enfermos. ¿Qué sentido de la humanidad puede sostener una decisión que deja sin formación a quienes eligen dedicar su vida a curar, acompañar, salvar?
La residencia es más que un trayecto académico. Es una trinchera de compromiso, una escuela de la sensibilidad, un territorio donde la medicina se aprende con el cuerpo entero. Donde se enseña, sobre todo, a no desoír el dolor ajeno.
Como abogado, trabajador de la infancia y como ciudadano de este país que no termina de sanar, me niego a naturalizar esta crueldad.
La Convención sobre los Derechos del Niño – con jerarquía constitucional desde 1994 – impone al Estado la obligación indelegable de garantizar el acceso a la salud con prioridad absoluta. ¿Cómo se garantiza ese derecho si no hay pediatras? ¿Cómo se cuida si se destruyen los espacios donde se forman quienes cuidan?
La infancia no puede ser una variable de ajuste. La niñez no puede esperar. El cierre de esta residencia es, también, el cierre simbólico de un pacto social que alguna vez prometimos: que a ningún niño o niña le falte lo esencial.
No es tiempo de silencio. Es tiempo de alzar la voz como se alza una bandera: con ternura, pero también con firmeza.
Porque cuando un país deja de formar pediatras, en realidad está dejando de formar futuro.
Y cuando se abandona a la infancia, no hay progreso posible que no sea, en el fondo, una mentira.
