Justicia sin alma no es justicia

Por Matías Leandro Rodríguez – Abogado, Comunicador 

Trabajo en el Poder Judicial.

Y desde ese lugar – no siempre cómodo, pero profundamente necesario- escribo estas líneas. No hablo desde afuera, sino desde adentro. Desde los pasillos donde cada día se juega algo más que expedientes: se juega la confianza en que el derecho pueda ser más que un conjunto de normas; pueda ser reparación, amparo, escucha.

Hace unos días, Raúl Zaffaroni dijo en una entrevista con Leonardo Castillo para Tiempo Argentino una frase que dejó resonando en muchos de nosotros:

“Lamentablemente, en Argentina no tenemos Poder Judicial.”

No fue una provocación. Fue una advertencia. Un llamado de atención. Un diagnóstico institucional que interpela a quienes formamos parte del sistema.

Porque lo que falta – y no desde ahora – no es estructura, sino sentido. Un verdadero poder judicial debe tener capacidad de respuesta, coherencia interpretativa, control ciudadano, vocación garantizadora. Pero en nuestro país, la falta de jurisprudencia obligatoria, la dispersión de criterios y la débil articulación de los tribunales superiores erosionan la idea misma de justicia como bien común.

Trabajo en el Poder Judicial.

Y me resisto a naturalizar que el resultado de un conflicto dependa de la suerte, de la jurisdicción o del despacho que lo reciba. Me duele ver cómo los derechos más elementales, reconocidos por normas nacionales e internacionales, muchas veces se ven frustrados por formalismos o demoras que deshumanizan.

La Constitución, en su artículo primero, establece que adoptamos para nuestra Nación la forma representativa, republicana y federal. Y en el artículo 5° garantiza la administración de justicia. Pero la República no es solo división de poderes: es garantía efectiva de derechos.

La justicia no puede ser un órgano que “está” pero no actúa. Que observa pero no transforma. Que responde tarde, o que directamente no responde.

El derecho, para ser justicia, tiene que ser tiempo, sensibilidad y palabra encarnada.

Reformar no es abolir lo que existe. Es dotarlo de una nueva vitalidad. Significa recuperar el sentido de la función judicial como herramienta al servicio de la dignidad humana. No basta con conocer el derecho: hay que saber cuándo aplicarlo, cómo hacerlo sin dañar, y sobre todo, a quién se lo estamos debiendo.

Necesitamos un Poder Judicial que no solo resuelva conflictos, sino que acompañe procesos humanos. Que no se esconda detrás de fórmulas, sino que escuche lo que late en los márgenes del expediente. Que sepa, incluso, cuándo no hacer más daño con una sentencia que llega tarde.

Trabajo en el Poder Judicial.

Y no renuncio a soñar. Aún sabiendo que las estructuras son lentas, creo que los gestos construyen cultura. Y que cada resolución que respeta la dignidad de una persona es un acto político en favor de la Constitución.

Sueño con un Poder Judicial más humano, más cercano, más consciente del poder que ejerce y del impacto que tiene. Que no le tema a la empatía, ni vea en el sufrimiento ajeno una amenaza a su objetividad. Que abrace el mandato constitucional de afianzar la justicia como una tarea viva, cotidiana, imperfecta pero imprescindible.

Porque el día que la Justicia deje de mirar a los ojos, el derecho habrá dejado de tener sentido.

Y porque cada sentencia escrita sin alma

es una herida más sobre el cuerpo de la República. Porque donde no hay escucha, no hay justicia. Donde no hay empatía, no hay República.

Y donde no hay humanidad, solo queda el frío eco de la norma vacía.