Por Matías Leandro Rodríguez – Abogado, Comunicador
Cada 4 de septiembre debería ser un recordatorio: la Educación Sexual Integral no es un lujo, no es un anexo, no es un tema optativo. Es un derecho humano fundamental. Y como todo derecho que empodera, incomoda. Incomoda a quienes quisieran mantener a las infancias en la ignorancia para seguir llamando “natural” a lo que en realidad es violencia. Incomoda a quienes necesitan del silencio para sostener pactos de impunidad. Incomoda porque ilumina lo que el abuso necesita mantener en la sombra.

Durante demasiado tiempo, el silencio fue la respuesta social frente al abuso sexual infantil: se callaba para “proteger” a la familia, se callaba para no cuestionar a los adultos, se callaba porque no había palabras para nombrar lo innombrable. La ESI rompe con ese pacto de complicidad. Le da a cada niño, a cada niña, a cada adolescente, las palabras y los derechos para decir: “esto no está bien”, “esto me duele”, “esto no lo quiero más”. Cuando alguien aprende a reconocer la violencia, ya no puede ser fácilmente silenciado.
Uno de los prejuicios más repetidos contra la ESI es que “eso se enseña en casa”. Pero es justamente en casa donde ocurre la mayoría de los abusos. Pensar que la familia basta para proteger es desconocer la realidad y, peor aún, dejar a las víctimas encerradas en el mismo lugar donde suelen ser vulneradas. La escuela no es un sustituto de la familia: es el espacio público que garantiza lo que en muchos hogares se niega. Educar en valores y educar en derechos no se contradicen: se potencian.
Otro prejuicio: la ESI “sexualiza tempranamente”. Falso. No erotiza, no incita, no acelera. Enseña a reconocer el propio cuerpo, a diferenciar cuidado de invasión, consentimiento de manipulación. Lejos de anticipar prácticas sexuales, la ESI previene abusos. Prevenir no es despertar deseos: es despertar conciencia.
Y está el mito más cómodo: “la ESI es ideología”. No. La verdadera ideología es la del silencio, la que prefiere omitir, la que elige mirar para otro lado. El derecho no es neutral: se garantiza o se niega. Y cuando se niega, se protege al abusador.
La ESI es, en esencia, un dispositivo de justicia anticipada. Cada clase dictada puede evitar un daño. Cada conversación habilitada es una herida menos. Cada derecho enseñado es un silencio roto. Por eso incomoda: porque convierte a las infancias y adolescencias en sujetos de derecho, y eso siempre resulta insoportable para quienes quieren seguir ejerciendo poder sobre cuerpos callados.
La ESI no es un favor. No es un regalo del Estado ni una concesión de la escuela. Es un mandato jurídico, constitucional y convencional, que responde al derecho a la información, a la integridad, a la autonomía progresiva y a vivir libres de violencias. Negarla es incumplir obligaciones internacionales, es quebrantar la Constitución, es perpetuar abusos.
Lo que está en juego no es una materia escolar: es la vida misma. Por eso la discusión no puede reducirse a si “es la escuela o la casa” donde debe enseñarse. La ESI tiene que estar en todos lados. Porque mientras sigamos discutiendo excusas, habrá niñas y niños que seguirán callando donde más deberían estar cuidados.
La ESI no destruye familias: destruye silencios. No pervierte infancias: las protege. No adoctrina: libera.
La incomodidad que genera la ESI no está en lo que enseña, sino en lo que desarma: los privilegios de quienes siempre contaron con la impunidad que da el silencio.
