Cuando la infancia no puede esperar


Por Matías Leandro Rodríguez – Abogado, Comunicador

Hay algo peor que la injusticia: la injusticia demorada. En la vida de una niña o un niño, el tiempo no es neutro: cada espera es una pérdida. Y cuando hablamos de identidad, la demora judicial no es un tecnicismo; es una herida.

A diez años de la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial, seguimos celebrando su calidad técnica y su potencia transformadora. Y con razón: pocas normas en nuestra historia han reconocido de manera tan clara a niñas, niños y adolescentes como verdaderos sujetos de derecho. El problema no es el Código. El problema son los ojos con los que se lo lee.

Cuando la respuesta judicial frente a una identidad autopercibida es la dilación, lo que se presenta como prudencia es, en verdad, violencia. Cuando se invoca la “progresividad de derechos” para justificar la inmovilidad, se tergiversa el espíritu mismo de la norma. Y cuando se posterga el reconocimiento, lo que se posterga no es un trámite: es una infancia.

La paradoja es brutal: un Código de avanzada atrapado en sentencias de retaguardia. Una ley que abre puertas, y operadores jurídicos que las traban con candado. No se trata de que falten herramientas, se trata de que sobra miedo, prejuicio y burocracia.

Decimos que el interés superior del niño es principio rector, pero lo transformamos en consigna vacía si la demora judicial convierte la infancia en un paréntesis. No hay interés superior posible cuando alguien debe cargar con un nombre que no reconoce. No hay prudencia que valga cuando la dignidad se pone en suspenso.

La verdadera transformación no está en los libros ni en los congresos: está en tener la valentía de aplicar lo que ya está escrito. Porque una ley, por buena que sea, se convierte en letra muerta si quienes deben aplicarla prefieren las excusas antes que el coraje.

Y ahí aparece la lección más simple y más contundente: la identidad no se negocia, no se posterga y no se pide por favor.

No es un expediente, no es una medida cautelar, no es un dictamen técnico: es la voz de una niña. Y esa voz nos recuerda lo que ningún código, por brillante que sea, puede garantizar por sí mismo: que el derecho solo existe cuando se ejerce sin pedir permiso, y que la identidad no se disculpa por ser quien es..